miércoles, 20 de febrero de 2013

Televisión ¿qué ves?



Imagen de dreamstime.com

La televisión, sobre todo, vende estilos de vida. Bombardea al espectador con publicidad y casi la totalidad de su programación está fabricada por los intereses capitalistas que más poder tienen en la industria cultural. Sí, nuestra sociedad industrializada, además de bienes, produce en serie modelos de vida, cultura, ideología vehiculada por los medios.

 
"Los libros hacen creer a la gente en otro posible modo de vida"

En 1953, cuando la televisión empezaba a extenderse y asomaba en nuestra sociedad la amenaza de la soberanía de la cultura de la imagen, Ray Bradbury publicó su obra Fahrenheit 451, una distopía basada en el rechazo de lo escrito y el triunfo de la seducción televisiva.  La novela fue llevada al cine en 1966, del la mano del francés François Truffaut. En el film llama la atención, desde el principio,  que no hay créditos, todo es oral. En la sociedad de Fahrenheit 451  los encargados de mantener la jerarquía social son los bomberos, y lo hacen evitando la lectura, quemando todo documento escrito. 

El protagonista, Montag, es uno de los guardas de "la seguridad y el orden”,  que entran en las casas donde los ciudadanos esconden libros, historia, memoria, cultura, ideas; que es lo que los  bomberos han de destruir. La televisión es el medio dominante, a través del cual  los ciudadanos sienten que son parte de una comunidad que cuida de ellos, de su bienestar y sus deseos.  Pero esos deseos son inducidos por los noticiarios, que se refieren a los libros hablando de “elementos insociables”.  Los periodistas dan las pautas para las relaciones sociales, la programación lo reduce todo a los asuntos más cotidianos, sobre los que aconsejan al espectador. Los periódicos no están prohibidos, pero son todo imágenes ¡nada escrito! 


Aunque Montag se dedica a colaborar con la destrucción de la cultura escrita,  ve en su esposa la ausencia de sentimiento, se da cuenta de que vive en la apariencia, en un vacío insostenible. “No os interesáis por nada, no vivís, sólo matáis el tiempo”.  Ella vive convencida de la peligrosidad de la lectura y el individualismo, siempre que puede está pendiente de la televisión, para estar acompañada. 

Montag  decide leer, empieza a hacerlo todas las noches. ¿Por qué? ¿falta de respuestas, una vía de escape? En cualquier caso, la lectura es una búsqueda y una liberación. Montag  enfrenta sus pensamientos a los de su jefe, que  defiende que “los libros hacen creer a la gente en otro posible modo de vida, que no es posible”; “quien lee se siente superior a quien no lo hace”; “sólo se alcanza la felicidad estando todos al mismo nivel”. Montag comprende que con su trabajo ha estado colaborando con una homogeneización en la ignorancia y  cuando ve peligrar sus libros justifica la violencia diciéndose: “el sistema debe destruirse a sí mismo”.

Para salvar su causa lanza fuego contra el jefe del cuerpo de bomberos, lo deja morir ardiendo. Tras esto, los medios, que dicen a la gente lo que espera para no romper la “estabilidad”, anuncian su captura: “su crimen ha sido castigado”. Pero Montag es libre, entra en el mundo de los lectores que viven al margen de la mayoría. En su aislamiento, se hacen llamar por el título del libro que han elegido y que también queman. Conservan los libros donde nadie puede encontrarlos, en el pensamiento,  en el recuerdo, que es el idioma de los sentimientos.

El poder de la información

También V, el personaje que Alan Moore creó en 1980 para su novela gráfica  V de Vendetta, justifica la violencia para defender la justicia, se apoya en la venganza. La historia, otra  distopía,  llegó a la gran pantalla en 2006, de la mano de James McTeigue. La imagen de V es la de Guy Fawkes,  personaje que forma parte de la historia británica del siglo XVII por  intentar volar el parlamento para acabar con el Rey, el 5 de noviembre de 1605. Fue un acto de venganza en defensa de los católicos, que habían sufrido la represión del gobierno de la reina Isabel I.

El film V de Vendetta  muestra la confrontación entre dos ideologías radicales, el anarquismo y el fascismo. Tras una III Guerra Mundial, Inglaterra queda dominada por una dictadura que controla la sociedad y cuyo principal  objetivo es la sumisión. Los medios colaboran con los soberanos, desinforman para ocultar las estrategias y planes del gobierno. Los periodistas aparecen como manipuladores e interesados, que basan su trabajo en mantener el orden social impuesto.  El poder valora y protege la información por encima de todo, son palabras del “canciller”, representado en el film por John Hurt: “La seguridad de ésta nación depende de un total y completo acatamiento. La seguridad de la información es primordial” (1:47).

George Orwell
Algo similar sucede en la sociedad de 1984,  la también distópica novela de George Orwell, que se llevó al cine en el mismo año que le da nombre bajo la dirección de Michael Radford.  George Orwell, que además de escritor fue periodista, murió en 1950 y escribió 1984 en sus últimos años de vida. En esta obra vemos reflejado su pensamiento más profundo, la síntesis de su visión política y social.

En la realidad que muestra Orwell, el poder, para hacer de los individuos seres sumisos, limita y manipula la información además de atacar directamente al lenguaje. Se establece en  la civilización la neolengua, que consiste en prescindir del mayor número de palabras posible. Sin su expresión se pierde su comprensión, de modo que muchos conceptos no existen para las mentes del doblepensar. El  objetivo del Partido en el poder es,  al igual que el de los bomberos de Ray Badbury, igualar al máximo el pensamiento de los ciudadanos. 
                          
Cultura de la imagen para todos

En unas pocas décadas nuestra sociedad fue solidificando la cultura de la imagen. Mediante lo que la Teoría de la Comunicación ha definido como “secuestro o mediación de la experiencia”, la información ofrecida consigue que los deseos de Winston (1984) sean los propios objetivos del Partido, disfrazados, inducidos. Y lo mismo hace V, que, dirigiéndose a toda la ciudad a través de la televisión, consigue el apoyo a la violencia que defiende y que lleva a cabo. También la esposa de Montag condiciona su existencia a lo que recibe de la televisión. Se da un tipo de comunicación funcional, que favorece intereses comunes,  políticos. ¿Os suena? Quizá esa instauración de la cultura de la imagen no sea un inocente componente del Estado de Bienestar.

En un contexto de ficción,  Fahrenheit 451, 1984 y V de Vendetta reflejan la afirmación de Nicklas Luhmann de que los medios de comunicación masivos construyen el mundo, distorsionando nuestra percepción de la realidad. Los medios forjan elementos comunes posibilitando así una vida social organizada.  Según Luhmann, los medios privilegian lo nuevo, cortando el vínculo entre presente y pasado. En la vida real, en nuestra sociedad, no hay pantallas y micrófonos que nos vigilen constantemente, ni bomberos quema libros. Pero hay capitalismo que se adueña de nuestro tiempo de ocio a través de los medios de masas, que convierten nuestro tiempo en dinero.

En este sentido, no somos tan diferentes de los proles de la novela de Orwell . Visto así, los medios de comunicación, que son los que han de velar por las libertades de información y expresión de los ciudadanos y por una sociedad justa, suponen un obstáculo más hacia la libertad. 

Pero no podemos generalizar y echarles la cruz encima a los medios en general y a los periodistas en particular. Toda información esconde algún interés, pero no todo interés está dirigido a minar las libertades de los ciudadanos. Siempre ha habido, hay y habrá buenos periodistas, dispuestos incluso a arriesgar su vida por destapar la verdad y ofrecérnosla a todos. Por eso, los ciudadanos, para ponernos en el camino hacia un mundo más justo, debemos esforzarnos en la tarea de selección de la información, tener criterio a la hora de dejarnos sugestionar y confiar en los profesionales de la comunicación. El buen periodismo no depende de su soporte, sino de la selección de sus fuentes, la calidad del contenido con el que trabaja y, por supuesto, su interés público (no del público).


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