domingo, 8 de enero de 2017

El resurgir de al Qaeda: la silenciosa estrategia para crecer a costa del DAESH


El exlíder de al Qaeda, Osama Bin Laden, junto al actual, Ayman
al Zawahiri
Tras años de quedar relegada a un segundo plano por el auge del autodenominado Estado Islámico (DAESH), al Qaeda vuelve a verse como una peligrosa amenaza en Occidente, ¿en algún momento ha dejado de serlo? El foco de la lucha antiterrorista internacional se ha puesto en los últimos años sobre el DAESH, y de ello se ha beneficiado al Qaeda, cuyas filiales se han ido extendiendo camuflándose en cambios de nombre y en asociaciones con otros grupos armados. 


Al Qaeda y sus ramificaciones son ahora una amenaza que se identifica como una menor a la que representa el DAESH, pero la unión de fuerzas de ambos grupos es algo que no puede descartarse en un escenario de lucha yihadista contra occidente y su cultura.

Diferencias que propiciaron el nacimiento del DAESH y afinidades latentes entre los dos grupos
No hay que dejar de recordar que el DAESH surgió de al Qaeda. Fue Al Zarkawi -que murió por ataques de Estados Unidos en Iraq en 2006- quien siendo militante de al Qaeda creó en 2003 al Qaeda en Iraq (AQI) como filial de la organización “base”. Ambas volcadas en la lucha contra los chiíes, encontraron sus diferencias cuando AQI quiso entrar a ocupar y controlar territorios suníes en Siria e Iraq. La ambición territorial fue principalmente lo que separó a los grupos, y nació entonces el llamado Estado Islámico de Iraq, DAESH en árabe, que rompió definitivamente con al Qaeda en 2004.

En esta escisión, Al Zarkawi quedó como líder de AQI y después del DAESH. No obstante, al Qaeda sigue hablando de él como de un mártir al que considera de los suyos cuando recuerda su muerte en 2006.

La fuerza de la organización ahora liderada por Ayman al Zawahiri resurge a medida que el DAESH pierde poder en zonas donde había conseguido un amplio control, como Iraq, Yemen, Libia o Siria.

El avance sigiloso de al Qaeda
Al Qaeda ha apostado por rebajar la violencia y construir redes de apoyo a nivel local en el mundo islámico, una estrategia a largo plazo frente a la acelerada y atroz lucha del DAESH de la que además este grupo hace una masiva propaganda

Hace casi un año, el director de la NSA (National Security Agency) estadounidense, James Clapper, afirmaba que “hay más grupos extremistas sunís y terroristas que en ningún otro momento en la historia”. Clapper advertía que grupos afiliados a al Qaeda podrían lograr avances durante todo el 2016. Y así ha sucedido.

Al Qaeda y sus filiales se han esforzado por escenificar su distanciamiento del DAESH, siéndole muy útil la existencia de otro grupo yihadista más extremista y violento no solo contra los cristianos sino también contra los musulmanes que no se unen a ellos en Oriente Medio. Este martes, la agencia yihadista Amaq ha anunciado que en 2016 el DAESH ha llevado a cabo 1.112 ataques suicidas en Siria e Iraq.

Las ramificaciones de al Qaeda, como al Shabaab en Somalia, Fatah al Sham o Ahrar al Sham en Siria, y todos los grupos activos en el Sahel bajo la bandera de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), han apostado por ser más sigilosos para pasar desapercibidos, beneficiándose de la creciente visibilidad de las acciones del DAESH, que los sitúa a ellos como los ‘bondadosos’ o 'moderados' dentro del imaginario yihadista.

AQMI ha conseguido apoyo de comunidades locales en Mali. Hace cuatro años, la intervención internacional con Francia a la cabeza consiguió alejar a los terroristas de la capital, Bamako, pero no acabar con ellos. Ahora hay grupúsculos extremistas dispersos por todo el país.

Un ejemplo de la efectividad de la ‘suavidad’ estratégica de al Qaeda es su supervivencia en el subcontinente indio y en Afganistán, donde, a pesar de no haber conseguido grandes logros ni en ataques ni en construcción de infraestructura, ha mantenido su presencia en parte gracias a su no enfrentamiento con grupos locales como los talibán.

Y lo mismo en Yemen. Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) se ha integrado en comunidades del sur de Yemen para extender su influencia y ser aceptado como grupo islamista pero no extremista y represor. Así, según los datos del Departamento de Defensa de Estados Unidos, en 2015 AQPA contaba con al menos 4.000 combatientes.

Un grupo clave en esta estrategia de al Qaeda es Jabhat Fatah al Sham, antiguo Frente al Nusra, que al cambiar de nombre el pasado julio publicitó que se había desvinculado de al Qaeda para acercarse a grupos rebeldes sirios y camuflarse en ellos. Grupos a los que ha acabado controlando, despojándolos de su lucha inicial como opositores del Gobierno de Assad.

Hace unos meses hablábamos de la amenaza que representa Fatah al Sham. Como parte de su objetivo de aparecer como el grupo yihadista moderado frente al sangriento y despiadado DAESH, lo que ha procurado en los últimos años la dirección de al Qaeda es restar importancia a sus vínculos con grupos armados que actúan a nivel local.

Las acciones y propaganda del DAESH han estado sirviendo de distracción para el avance de al Qaeda, que estaría siguiendo una estrategia a largo plazo para conseguir infraestructura y apoyos por todo el mundo.

Una vez fortalecido, al Qaeda puede volver a representar la imagen de la violencia más amenazante para Occidente. Por eso es un error que desde los medios se busque a quién o qué presentar como ‘el gran enemigo’, ‘el centro de todo el mal’, llegando así, como se ha llegado, a la conclusión de que el DAESH es malo y al Qaeda no tanto.

La analista especializada en yihadismo Conchetta Dellavernia insiste en que no hay que olvidar que al Qaeda y sus líderes takfires fundaron el DAESH, “asique cuando se dice que al Qaeda es una cosa y el DAESH otra, es ridículo”.

La ideología takfir, o salafista, que comparten ambos grupos y sus filiales, significa que la palabra del Imán está por encima de la de Alá. Es decir, los líderes de las comunidades salafistas se atribuyen la potestad de decir quién es un buen musulmán y quién no, aunque con ello contradigan el Corán.


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