“Las redes tecnológicas, como la Gran Ciudad, generan ansiedad”
Ciudades de aire. La utopía nihilista de las redes (2016, Catarata), del filósofo y teórico
de la comunicación Antonio Fernández, nos sitúa en la reflexión sobre la
convivencia digital, la “marca personal”, los influencers, el desconcierto que provocan el espejismo de oportunidades,
la velocidad, la flexibilidad, la competencia y el sometimiento a una evaluación
constante. En este ensayo, Antonio Fernández da con agudeza razones por las que
rechaza la premisa de que lo digital nos dé un espacio de libertad.
“Cuando disponemos de
medios adecuados para la autoexpresión, señalo directamente a la coacción.
¿Cómo puede ser esto posible?...Mi hipótesis rechaza de plano la idea de una
mayor libertad, sin más, por el simple concurso de herramientas para hacernos
oír, potencialmente, en el espacio público…Ningún medio, técnica, tecnología es
neutral, las redes sociales se constituyen como el catalizador que condensa y
radicaliza las relaciones de poder”.
Algo que plantea Fernández
sobre el ser usuarios de las redes, conocer y comunicarnos desde ellas, me
recuerda el texto que compartí aquí sobre un fragmento de El blog de inquisidor: En el “yo digital” entran en juego la apariencia y la verdad… Una persona
puede vivir sin preocuparse por ver sufrir al vecino y sin sonreír a quien
tiene cerca, y en cambio darse a conocer a miles y millones de usuarios desde
la absoluta apariencia, desde el refugio que es la pantalla de su pc.
Fernández expresa la misma
paradoja con estas palabras: “la empatía panorámica y etérea respecto a lo
distante contrasta con la desarraigada indiferencia respecto a lo próximo... Nos
conectamos a ciudades de redes globales pero seguimos incomunicados e
indiferentes hacia quienes representan la alteridad dentro de nuestro propio
territorio vivencial offline”.
Expone que “en la ciudad
atomizada de redes” se entra en una espiral de engaño, una ignorancia que no
deja de alimentarse conforme crece la convivencia en red y la implicación en la
adaptación al entorno digital, porque “el aparente individualismo que, a
primera vista, reina en la ciudad atomizada de redes no sería más que la imantada atracción de las multitudes: la
pulsión de conformidad a las rutinas y direcciones de los otros”.
Habla
del “amor a lo mismo”, por la tendencia homofílica que caracteriza a las
comunidades virtuales. Un ejemplo está en a quién seguimos en twitter. Si
construimos nuestra propia imagen conectándonos a lo que encontramos similar
con nuestras creencias, cayendo en ese “amor a lo mismo”, caemos también en la
xenofobia, en decisiones motivadas por el miedo a lo extraño. Porque nos da
miedo el desacuerdo, la desaprobación de lo que digamos o hagamos, seguimos a
personas ‘afines’. En las comunicaciones digitales construimos muros de
seguridad, nos incluimos en espacios donde identificarnos.
“Las redes tecnológicas,
como la Gran Ciudad, generan ansiedad”
Plantea también el hecho
de que las herramientas de comunicación que deberían servir “para liberar
tiempo y flexibilizar nuestras costumbres, como el teléfono móvil, se hayan
convertido en herramientas de esclavitud”.
Un grupo de Whatssap, por
ejemplo, puede ser un instrumento de servidumbre, de sometimiento. Imagina un
grupo de compañeros de trabajo, que además ha sido creado y has sido incluido
por un superior. No hay una obligación explícita de
responder o de estar pendiente de lo que se escriba, pero ¿qué si no lo haces? Aun
si lo ignoras porque no te gusta la idea, no sales del grupo. Esta es la “esclavitud moderna”, la servidumbre voluntaria de la que habla
Fernández recordando a Armand Mattelart. Porque la conexión nos hace sentir
sometidos siendo paradójicamente nosotros los que elegimos estar ahí, en la
red, la ciudad de aire.
Como podemos estar
conectados desde nuestros Smartphones, hay un deber implícito de ser flexibles.
Y ¿en qué consiste ser flexible? “Quiere decir aquí sumisión total de nuestros tiempos de
vida a los tiempos colectivos en las redes; quiere decir desposesión de nuestro
bien más preciado, que es la autodeterminación de cómo queremos emplear el
tiempo".
Recuerda Fernández la
definición de técnica que hacía Ortega y Gasset: “esfuerzo por ahorrar
esfuerzo”, y se pregunta: “¿Y si el entorno digital, en lugar de ahorrar
esfuerzo, exige una mayor cantidad de dedicación? Las redes tecnológicas, como
la Gran Ciudad, generan ansiedad…porque son un factor de aceleración de todos
los procesos vitales”.
Las redes golpean directamente nuestro tiempo y sacuden nuestra
experiencia y aprendizajes. Cada comportamiento en ellas es una respuesta a infinitos estímulos que recibimos nada más entrar, y puede traducirse en una pérdida de coherencia en las respuestas. A esto se
refiere Fernández cuando habla de “dictadura de la velocidad una vez caemos en
las redes, en las mallas envolventes de la absoluta interdependencia”.
Los influencers y la
lógica del ranking
En la ciudad red se
mezclan la oportunidad de construirse a uno mismo para presentarse ante el mundo -pudiendo potencialmente ser visto y
valorado por muchas personas, millones-, y la prisa por hacerlo y posicionar la
propia identidad, y, por qué no, ‘crear tendencia’, convertirse en un influencer.
El usuario de la red,
“ansía en todo instante superponerse a los demás en la carrera por la
atención”. A esta tendencia la llama “lógica del ranking”, y la explica así: “A
medida que otros competidores actualizan sus informaciones, sus estados, sus
perfiles…nuestras informaciones pasan de moda. Bajamos en el ranking de
popularidad debido a que no suministramos alimento a la tenia de la
visibilidad.” Las consecuencias, escribe, “la comprensión del presente y
la pulsión por actualizar nuestra imagen digital. Estamos condenados a
conquistar el presente en cada instante".
Recupero al hilo de estas
palabras otra reflexión sobre la lectura de El blog del inquisidor: Con Internet crece
enormemente la posibilidad de consumir y difundir contenidos. Se multiplican
las expectativas de millones de usuarios de ser escuchados y reconocidos. Pero
al mismo tiempo cada sujeto informador es menos imprescindible para los que
buscan información en la web. Son tantos los blogs, los portales de noticias
online, los usuarios de redes sociales… que se podría decir que la “sociedad
red” (término acuñado por Manuel Castells) es una tarta dividida en tantas
porciones que cada una de ellas es insignificante.
La ampliación de
oportunidades que ofrece la red, advierte Fernández, “también trae consigo la
angustia de hallarse en una vida limitada con deseos ilimitados”. Citando a
Hans Blumenberg, señala: “Siempre menos tiempo para cada vez más posibilidades
y deseos".
La utopía nihilista
El origen de la coacción
que el uso de las redes trae consigo y por la que Fernández no cree en lo
digital como en un espacio de libertad per se, “reside en la capacidad para
objetivar”, lo que nos lleva a la utopía nihilista.
El autor explica: “Porque
la plataforma digital lo permite -porque se puede, porque está ahí la
oportunidad- irrumpe el mandato tácito, no verbalizado pero interiorizado de
contar en el espacio digital lo que nos sucede”. Pero, como en el ámbito
educativo, en las redes, “en función de los criterios de valoración de las
instancias que evalúan, construimos nuestros comportamientos”.
Es decir, las redes permiten
‘objetivar’, construir la propia experiencia, y ¿cómo lograr hacerlo,
cumpliendo además con esa oportunidad para mostrarse y proyectar una imagen que
vaya a ser valorada positivamente? La experiencia se objetiva sometiéndola a la
evaluación de los demás, buscando el aplauso, la aceptación, la influencia.
La ciudad digital nos
invita a crear un propio ‘yo’, con una experiencia modelada, pero “los
ciudadanos no hacen más que sumarse a las corrientes hegemónicas, a las lógicas
culturales del neoliberalismo, a la exclusión de lo diferente. Tal es la utopía
nihilista de las redes”, concluye Fernández.
Cuando adopta ciertas
formas y fomenta las tendencias descritas, la convivencia en redes puede ser
una especie de “infierno”, porque la doblez se
impone.
La lectura de Ciudades de
aire me ha llevado a releer lo que hace unos años escribí enfadada por eso que
en la Facultad nos enseñaron que era la “marca personal”. Fue en abril de 2013.
Lo escribí, lo guardé y no lo había vuelto a leer hasta ahora. Recuerdo aquí
unas líneas:
Si es cierto, como nos
dice un profesor en la Facultad, que “un periodista vale su número de
seguidores en Twitter”, yo no quiero ser periodista. No me gusta la importancia que se da al “brand content” o marca personal, ser una marca
para el resto de ciudadanos, como si una persona tuviera el mismo valor que un
producto, un servicio o un bien que debe promocionarse, y lo peor de todo es
que es uno mismo quien tiene que verse como tal y preocuparse constantemente
por cómo es visto… Una enorme competitividad por estar por encima del resto, y
estar por encima, ser “mejor” no consiste en ser uno mismo… Para
ser bueno tienes que conseguir que el máximo número de personas esté de acuerdo
con lo que haces y dices... la hipocresía manda... Se compite por la
superficialidad… Si el valor de la información empieza por esa imagen del
periodista, la importancia del periodismo se convierte en algo confuso,
contradictorio en sí mismo. No creo que alguien pueda velar por la libertad
mientras anula la suya propia.
En Ciudades de aire, Fernández critica así esa
competición por la superficialidad: “el que más se hace oír no es el más sabio,
sino el que más seguidores acumula como aristócrata del aire que es”. Y más
adelante escribe: “Como si de un producto se tratase, debemos estar siempre
presentes y ser coherentes con nuestra marca… El problema reside en que los
actores de las redes esconden su artificialidad y dramatismo bajo la premisa de
la transparencia que equivaldría a verdad”.
En la Facultad de
Periodismo de la UCLM, en Cuenca, Antonio Fernández fue mi profesor en Alfabetización
mediática, Sociedad de la información, Teoría de la comunicación y en talleres
sobre música y cine. También dirigió mi Trabajo Final de Grado: El poder retórico del miedo en George Orwell: 1984.
En Ciudades de aire,
recuerda que en periodistas y escritores siempre ha existido, antes de
Internet, ese rasgo de darse a conocer para situar su trabajo. Pero ahora hay que comprender las redes para no caer en ellas.
Un último ejemplo
que representa la ansiedad de la que habla Fernández, la presión por encontrar
y ‘vender’ una “marca personal”, es el “extracto” en Linkedin. Definirse “para
destacar la experiencia”, como dice el mensajito de la red social para animar a
hacerlo. Ya hacemos el esfuerzo por definirnos en cada entrevista de trabajo.
En lo profesional, además, las redes plantean la exigencia de estar expuesto a
valoraciones cada día, en cualquier momento.
Vivimos
en un mundo hipermediado, destaca Fernández frente al discurso que se cierra en
la desintermediación que logran los medios digitales. “Si imaginar un lenguaje
es también imaginar una forma de vida, también imaginar una ciudad o una red
tecnológica es imaginar una forma de vida”.
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