viernes, 20 de enero de 2017

Las cadenas de la convivencia digital

“Las redes tecnológicas, como la Gran Ciudad, generan ansiedad”

Una reseña de esta lectura se ha publicado en librepensadores de infoLibre


Ciudades de aire. La utopía nihilista de las redes (2016, Catarata), del filósofo y teórico de la comunicación Antonio Fernández, nos sitúa en la reflexión sobre la convivencia digital, la “marca personal”, los influencers, el desconcierto que provocan el espejismo de oportunidades, la velocidad, la flexibilidad, la competencia y el sometimiento a una evaluación constante. En este ensayo, Antonio Fernández da con agudeza razones por las que rechaza la premisa de que lo digital nos dé un espacio de libertad.




“Cuando disponemos de medios adecuados para la autoexpresión, señalo directamente a la coacción. ¿Cómo puede ser esto posible?...Mi hipótesis rechaza de plano la idea de una mayor libertad, sin más, por el simple concurso de herramientas para hacernos oír, potencialmente, en el espacio público…Ningún medio, técnica, tecnología es neutral, las redes sociales se constituyen como el catalizador que condensa y radicaliza las relaciones de poder”.

Algo que plantea Fernández sobre el ser usuarios de las redes, conocer y comunicarnos desde ellas, me recuerda el texto que compartí aquí sobre un fragmento de El blog de inquisidor: En el “yo digital” entran en juego la apariencia y la verdad… Una persona puede vivir sin preocuparse por ver sufrir al vecino y sin sonreír a quien tiene cerca, y en cambio darse a conocer a miles y millones de usuarios desde la absoluta apariencia, desde el refugio que es la pantalla de su pc.

Fernández expresa la misma paradoja con estas palabras: “la empatía panorámica y etérea respecto a lo distante contrasta con la desarraigada indiferencia respecto a lo próximo... Nos conectamos a ciudades de redes globales pero seguimos incomunicados e indiferentes hacia quienes representan la alteridad dentro de nuestro propio territorio vivencial offline”.

Expone que “en la ciudad atomizada de redes” se entra en una espiral de engaño, una ignorancia que no deja de alimentarse conforme crece la convivencia en red y la implicación en la adaptación al entorno digital, porque “el aparente individualismo que, a primera vista, reina en la ciudad atomizada de redes no sería más que la imantada atracción de las multitudes: la pulsión de conformidad a las rutinas y direcciones de los otros”.

Habla del “amor a lo mismo”, por la tendencia homofílica que caracteriza a las comunidades virtuales. Un ejemplo está en a quién seguimos en twitter. Si construimos nuestra propia imagen conectándonos a lo que encontramos similar con nuestras creencias, cayendo en ese “amor a lo mismo”, caemos también en la xenofobia, en decisiones motivadas por el miedo a lo extraño. Porque nos da miedo el desacuerdo, la desaprobación de lo que digamos o hagamos, seguimos a personas ‘afines’. En las comunicaciones digitales construimos muros de seguridad, nos incluimos en espacios donde identificarnos.

“Las redes tecnológicas, como la Gran Ciudad, generan ansiedad”
Plantea también el hecho de que las herramientas de comunicación que deberían servir “para liberar tiempo y flexibilizar nuestras costumbres, como el teléfono móvil, se hayan convertido en herramientas de esclavitud”. 

Un grupo de Whatssap, por ejemplo, puede ser un instrumento de servidumbre, de sometimiento. Imagina un grupo de compañeros de trabajo, que además ha sido creado y has sido incluido por un superior. No hay una obligación explícita de responder o de estar pendiente de lo que se escriba, pero ¿qué si no lo haces? Aun si lo ignoras porque no te gusta la idea, no sales del grupo. Esta es la “esclavitud moderna”, la servidumbre voluntaria de la que habla Fernández recordando a Armand Mattelart. Porque la conexión nos hace sentir sometidos siendo paradójicamente nosotros los que elegimos estar ahí, en la red, la ciudad de aire.

Como podemos estar conectados desde nuestros Smartphones, hay un deber implícito de ser flexibles. Y ¿en qué consiste ser flexible? “Quiere decir aquí sumisión total de nuestros tiempos de vida a los tiempos colectivos en las redes; quiere decir desposesión de nuestro bien más preciado, que es la autodeterminación de cómo queremos emplear el tiempo".

Recuerda Fernández la definición de técnica que hacía Ortega y Gasset: “esfuerzo por ahorrar esfuerzo”, y se pregunta: “¿Y si el entorno digital, en lugar de ahorrar esfuerzo, exige una mayor cantidad de dedicación? Las redes tecnológicas, como la Gran Ciudad, generan ansiedad…porque son un factor de aceleración de todos los procesos vitales”.

Las redes golpean directamente nuestro tiempo y sacuden nuestra experiencia y aprendizajes. Cada comportamiento en ellas es una respuesta a infinitos estímulos que recibimos nada más entrar, y puede traducirse en una pérdida de coherencia en las respuestas. A esto se refiere Fernández cuando habla de “dictadura de la velocidad una vez caemos en las redes, en las mallas envolventes de la absoluta interdependencia”.

Los influencers y la lógica del ranking
En la ciudad red se mezclan la oportunidad de construirse a uno mismo para presentarse ante el  mundo -pudiendo potencialmente ser visto y valorado por muchas personas, millones-, y la prisa por hacerlo y posicionar la propia identidad, y, por qué no, ‘crear tendencia’, convertirse en un influencer.

El usuario de la red, “ansía en todo instante superponerse a los demás en la carrera por la atención”. A esta tendencia la llama “lógica del ranking”, y la explica así: “A medida que otros competidores actualizan sus informaciones, sus estados, sus perfiles…nuestras informaciones pasan de moda. Bajamos en el ranking de popularidad debido a que no suministramos alimento a la tenia de la visibilidad.” Las consecuencias, escribe, “la comprensión del presente y la pulsión por actualizar nuestra imagen digital. Estamos condenados a conquistar el presente en cada instante".

Recupero al hilo de estas palabras otra reflexión sobre la lectura de El blog del inquisidor: Con Internet crece enormemente la posibilidad de consumir y difundir contenidos. Se multiplican las expectativas de millones de usuarios de ser escuchados y reconocidos. Pero al mismo tiempo cada sujeto informador es menos imprescindible para los que buscan información en la web. Son tantos los blogs, los portales de noticias online, los usuarios de redes sociales… que se podría decir que la “sociedad red” (término acuñado por Manuel Castells) es una tarta dividida en tantas porciones que cada una de ellas es insignificante. 

La ampliación de oportunidades que ofrece la red, advierte Fernández, “también trae consigo la angustia de hallarse en una vida limitada con deseos ilimitados”. Citando a Hans Blumenberg, señala: “Siempre menos tiempo para cada vez más posibilidades y deseos".

La utopía nihilista
El origen de la coacción que el uso de las redes trae consigo y por la que Fernández no cree en lo digital como en un espacio de libertad per se, “reside en la capacidad para objetivar”, lo que nos lleva a la utopía nihilista.

El autor explica: “Porque la plataforma digital lo permite -porque se puede, porque está ahí la oportunidad- irrumpe el mandato tácito, no verbalizado pero interiorizado de contar en el espacio digital lo que nos sucede”. Pero, como en el ámbito educativo, en las redes, “en función de los criterios de valoración de las instancias que evalúan, construimos nuestros comportamientos”. 

Es decir, las redes permiten ‘objetivar’, construir la propia experiencia, y ¿cómo lograr hacerlo, cumpliendo además con esa oportunidad para mostrarse y proyectar una imagen que vaya a ser valorada positivamente? La experiencia se objetiva sometiéndola a la evaluación de los demás, buscando el aplauso, la aceptación, la influencia.

La ciudad digital nos invita a crear un propio ‘yo’, con una experiencia modelada, pero “los ciudadanos no hacen más que sumarse a las corrientes hegemónicas, a las lógicas culturales del neoliberalismo, a la exclusión de lo diferente. Tal es la utopía nihilista de las redes”, concluye Fernández.

Cuando adopta ciertas formas y fomenta las tendencias descritas, la convivencia en redes puede ser una especie de “infierno”, porque la doblez se impone.

La lectura de Ciudades de aire me ha llevado a releer lo que hace unos años escribí enfadada por eso que en la Facultad nos enseñaron que era la “marca personal”. Fue en abril de 2013. Lo escribí, lo guardé y no lo había vuelto a leer hasta ahora. Recuerdo aquí unas líneas:

Si es cierto, como nos dice un profesor en la Facultad, que “un periodista vale su número de seguidores en Twitter”, yo no quiero ser periodista. No me gusta la importancia que se da al “brand content” o marca personal, ser una marca para el resto de ciudadanos, como si una persona tuviera el mismo valor que un producto, un servicio o un bien que debe promocionarse, y lo peor de todo es que es uno mismo quien tiene que verse como tal y preocuparse constantemente por cómo es visto… Una enorme competitividad por estar por encima del resto, y estar por encima, ser “mejor” no consiste en ser uno mismo… Para ser bueno tienes que conseguir que el máximo número de personas esté de acuerdo con lo que haces y dices... la hipocresía manda... Se compite por la superficialidad… Si el valor de la información empieza por esa imagen del periodista, la importancia del periodismo se convierte en algo confuso, contradictorio en sí mismo. No creo que alguien pueda velar por la libertad mientras anula la suya propia.

En Ciudades de aire, Fernández critica así esa competición por la superficialidad: “el que más se hace oír no es el más sabio, sino el que más seguidores acumula como aristócrata del aire que es”. Y más adelante escribe: “Como si de un producto se tratase, debemos estar siempre presentes y ser coherentes con nuestra marca… El problema reside en que los actores de las redes esconden su artificialidad y dramatismo bajo la premisa de la transparencia que equivaldría a verdad”.

En la Facultad de Periodismo de la UCLM, en Cuenca, Antonio Fernández fue mi profesor en Alfabetización mediática, Sociedad de la información, Teoría de la comunicación y en talleres sobre música y cine. También dirigió mi Trabajo Final de Grado: El poder retórico del miedo en George Orwell: 1984.

En Ciudades de aire, recuerda que en periodistas y escritores siempre ha existido, antes de Internet, ese rasgo de darse a conocer para situar su trabajo. Pero ahora hay que comprender las redes para no caer en ellas.

Un último ejemplo que representa la ansiedad de la que habla Fernández, la presión por encontrar y ‘vender’ una “marca personal”, es el “extracto” en Linkedin. Definirse “para destacar la experiencia”, como dice el mensajito de la red social para animar a hacerlo. Ya hacemos el esfuerzo por definirnos en cada entrevista de trabajo. En lo profesional, además, las redes plantean la exigencia de estar expuesto a valoraciones cada día, en cualquier momento.

Vivimos en un mundo hipermediado, destaca Fernández frente al discurso que se cierra en la desintermediación que logran los medios digitales. “Si imaginar un lenguaje es también imaginar una forma de vida, también imaginar una ciudad o una red tecnológica es imaginar una forma de vida”.

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